miércoles, 21 de marzo de 2012

El tiempo no modifica nada 
ni consigue sorprenderme. 










Escucho música en el salón  de al lado, 
atravieso las paredes,  el ladrillo, 
el aislante,  escupo un par de bichos, 
una masa extraña  endurecida. 
Al otro lado,  pies descalzos y una niña 
coquetea con el espejo, 
cree que baila ballet,  pero no sabe. 
Me acerco por detrás cubierta de polvo 
y la enseño a colocar
los brazos,  los pies,  la sonrisa.
Ella no se sorprende frente al espejo, 
una extraña empolvada  
ha entrado en su habitación, 
ha hecho un enorme agujero 
y la sujeta las manos. 
Me sonríe. 
La sonrío. 
No me asombra la ausencia 
de sus preguntas, 
ni el vacío en mi mente del porqué 
de esa ausencia. 
¿En qué nos hemos transformado? 






Nená

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