El tiempo no modifica nada
ni consigue sorprenderme.
Escucho música en el salón de al lado,
atravieso las paredes, el ladrillo,
el aislante, escupo un par de bichos,
una masa extraña endurecida.
Al otro lado, pies descalzos y una niña
coquetea con el espejo,
cree que baila ballet, pero no sabe.
Me acerco por detrás cubierta de polvo
y la enseño a colocar
los brazos, los pies, la sonrisa.
Ella no se sorprende frente al espejo,
una extraña empolvada
ha entrado en su habitación,
ha hecho un enorme agujero
y la sujeta las manos.
Me sonríe.
La sonrío.
No me asombra la ausencia
de sus preguntas,
ni el vacío en mi mente del porqué
de esa ausencia.
¿En qué nos hemos transformado?
Nená
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