martes, 13 de marzo de 2012


La edad nos perdona, 
nos devuelve 
otra pupila, 
otra columna, 
otra piel, 
en pequeñas 
muescas de una 
extraña ternura, 
de paciencia,  de sensatez, 
de serena sobriedad 
sobre el alocado huracán 
de los invertebrados 
orgasmos. 
El vuelo de una libélula 
con sus cuatro alas, 
reposa nuestro arrebato, 
sin querer enojar 
al lunar cerca del labio, 
del que nos quiere seducir. 
Todo es diferente, 
es dar la vuelta 
a la mirada de unos prismáticos, 
y volver a dar la vuelta 
una y otra vez. 




Nená

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