La edad nos perdona,
nos devuelve
otra pupila,
otra columna,
otra piel,
en pequeñas
muescas de una
extraña ternura,
de paciencia, de sensatez,
de serena sobriedad
sobre el alocado huracán
de los invertebrados
orgasmos.
El vuelo de una libélula
con sus cuatro alas,
reposa nuestro arrebato,
sin querer enojar
al lunar cerca del labio,
del que nos quiere seducir.
Todo es diferente,
es dar la vuelta
a la mirada de unos prismáticos,
y volver a dar la vuelta
una y otra vez.
Nená
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