No recuerdo las veces
que cepillé mi pelo, hice
dos trenzas, las subí en lo alto
y las amarré a una horquilla.
Corrí al autobús, llegaba tarde.
La Plaza de la Independencia.
El pichi rojo, el pelo de campesina,
y tú esperando.
Suéltate el pelo, mujer, suéltate
el pelo -me decías mientras
cambiábamos los apuntes-
y siempre te contestaba:
No Julián, no quiero.
Al volver a casa, el pelo suelto
enredado, exiliada la horquilla,
mamá decía:
Recógete el pelo mi amor,
recógete el pelo,
y siempre le decía, dándole un beso:
No mamá, no quiero.
Nená
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