por mis errores,
porque han sido míos
y yo soy el peor juez
y verdugo que existe.
No pido perdón por
ser verso oblicuo
en cruces prohibidos,
ni lágrima en fiestas,
ni borrón en papel níveo.
Se acabó bajar la barbilla,
inclinar la cabeza,
hincar la rodilla,
dar la espalda y la
espantada.
Me equivoco, sí,
me equivoco,
y por eso sé bien
–ahora-
que estoy viva.
Disculpo los errores de otro
con una facilidad prodigiosa,
y disculpo los míos,
poco a poco,
pero por fin los disculpo.
Acepto que soy un torpe ser humano,
que bucea en aguas que no domina,
y que en el fondo
debe,
siempre debe hacerlo.
Nená
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