Sin personas con candiles
las noches serían aún más ciegas,
y los días de celaje bajo,
nos toparíamos con tabiques
y esquinazos
con la torpeza del que no ve.
Sin ellas lo minúsculo se apelmazaría
sin espacio para moverse.
Un conglomerado de color extraño
sería el mundo,
sin forma aparente, sin inventario
posible, sin aire, sin aventura,
ni desbandada.
Una desilusión óptica
que nos llevaría al gris,
al gris más atribulado.
Es caro el candil,
y tienen el deber del arrumar
esa fortuna suya
para alejarnos de la oscuridad.
Nená
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