Al sol le han salido clavos
y escupe llamaradas.
Su curvatura violenta
no deja de gritar,
y en cada grito se escapan
cien remesas de verdugos.
La tierra se comba, se aleja,
se hunde, se aja.
Estrecha la distancia, antes verde y crecida,
con la piedra ancestral,
el mismo centro atávico
que une nuestro hueso a su hueso.
Ya no se van a encontrar.
Ya no se van a encontrar
si nada arranca esos clavos.
Nená
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