Al principio no existía
la palabra principio, ni
la palabra nuevo,
ni la palabra después,
ni la palabra luego.
Al principio no existían
las preguntas,
todo era.
El cielo albergaba nubes
que valsaban humedades,
y los brotes crecían
sin demora.
La roca frenaba
al agitado viento,
que hacía giros
de curiosos grados;
y el sol cada jornada
daba largas rondas
siempre orbiculares,
-luz en ringlera-
como devoto y diligente
guardagujas.
Nená
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