lunes, 22 de abril de 2013




Verde es el color de la tierra 
de mis antepasados, 
donde reposan sus huesos 
y susurran sus memorias. 
Rojo el carmín de los besos 
ese que nadie aparta cuando 
hay hambre de fuego 
detrás de las plataneras,  o 
tras los eucaliptales. 
Azul es el intenso cielo de la mañana 
cuando lo barre el viento, 
y trae sonidos de hojas que runrunean. 
Amarillo es el color de mi vestido 
que el sol curioso quiere robarme, 
y juega a transparentarme la silueta 
con sus rayos por si siento vergüenza. 
Rosa es el color de las campanillas, 
diminutas y agrestes,  que se extienden 
por la hierba, 
parecen una congregación de hermanas 
que han dejado los hábitos 
y han decidido salir a recolectar el olor del mundo. 
Lilas son las trepadoras que suben 
por las tapias del cementerio, 
que borran la gravedad de la piedra esculpida 
en tanta lápida, 
creo que en algún lugar entre ellas y
la piedra, los difuntos sonríen. 
Marrón es el tronco de los frutales 
que vivos corren por dentro,  y si pones la oreja 
puedes escucharlos,  como gorgotean 
para llevar pitanza. 
Naranja es el color de la tarde que 
anuncia el recogimiento, 
cuando los enamorados y los inquietos 
salen a libar la luz. 




Nená de la Torriente