Verde
es el color de la tierra
de
mis antepasados,
donde
reposan sus huesos
y
susurran sus memorias.
Rojo
el carmín de los besos
ese
que nadie aparta cuando
hay
hambre de fuego
detrás
de las plataneras, o
tras
los eucaliptales.
Azul
es el intenso cielo de la mañana
cuando
lo barre el viento,
y trae sonidos de hojas que runrunean.
Amarillo
es el color de mi vestido
que
el sol curioso quiere robarme,
y
juega a transparentarme la silueta
con
sus rayos por si siento vergüenza.
Rosa
es el color de las campanillas,
diminutas
y agrestes, que se extienden
por
la hierba,
parecen
una congregación de hermanas
que
han dejado los hábitos
y
han decidido salir a recolectar el olor del mundo.
Lilas
son las trepadoras que suben
por
las tapias del cementerio,
que
borran la gravedad de la piedra esculpida
en
tanta lápida,
creo
que en algún lugar entre ellas y
la piedra, los difuntos sonríen.
la piedra, los difuntos sonríen.
Marrón
es el tronco de los frutales
que
vivos corren por dentro, y si pones la oreja
puedes
escucharlos, como gorgotean
para
llevar pitanza.
Naranja
es el color de la tarde que
anuncia
el recogimiento,
cuando
los enamorados y los inquietos
salen
a libar la luz.
Nená de la Torriente