Me
enseñaste el corazón de las
palabras, el despertar de las letras
en
su curvatura y su dilatamiento,
comparable
al olor de la primera manzana
y
a ese primer mordisco.
Amé, las amé a todas, a las que ya quería
y
a las que ignoraba que llenarían
mis
cuadernos de palabras nuevas
-que
en mi entusiasmo rotulaba
como
‘palabras que no domino’-
Los
libros no sólo eran magníficos ríos
donde
fluían ideas, historias, fórmulas
mágicas
donde el ser humano podía conocerse
un
poco más,
eran
auténticas explosiones de giros, de cientos
de
palabras que iban colándose en las pupilas.
Todas
ellas hermosas, desde las más ostentosas
y
abigarradas, hasta las más simples y asequibles.
Un
mundo entero donde perderse
mientras te observaba leer
y me leías algún fragmento de tu libro.
Nená de la Torriente