Cuídame
la higuera
cuando
me vaya
y
el campo tan lleno,
que
brille la rabiosa
esmeralda
sobre la arcilla roja.
No
dejes a la cabra que se
ponga
ociosa al comerse
mis
hojas cegadoras,
y
llene la panza hasta tumbarse
bajo
la higuera.
Cuídame
el tesoro verde
de
andarines y come higos,
y
recoge sus frutos cuando lleguen fechas,
aunque
luego todos los ofrezcas.
Pero
deja limpia de patones de barro
mis
bellas hierbas, y el vivo glauco
que
me llevo en la retina.
Nená de la Torriente