Los
mayores, como los niños
hacen
lo que les da la real,
sin
dar explicaciones.
Los
mayores si cabe con alevosía:
‘Esto
no me gusta, ahí se queda,
ya
fui pequeño para tener
que
comerlo todo’
-cosa
que no es verdad-
No
justifican nada porque son tarzanes
de
la selva y el ‘porque sí’ es
una
razón más que suficiente.
Mirad
al Marianín, con su barbilla,
media quilla de velero sin estrenar
-que
cada vez se escora más hacia la luna-
Él
no da explicaciones
-que
debe darlas por quién es y dónde está-,
y
lo llama prudencia, como si quiere llamarlo
flatulencia, el caso es que hace lo que le da
la
gana como un niño consentido y zafio,
que
necesita muchos meses sin postre
y
sin videoconsola, y sin calle, y sin pelota.
Los
mayores me caen gordos,
suelen
agruparse para poder decir
las
mayores barbaridades, al amparo del grupo,
uno
la suelta y agacha la cabeza,
el
conjunto responderá.
Lo
que entre niños era
el
‘pío pío, que yo no he sido’,
pero
éstos ya no son niños.
Yo
no es que sea solitaria, es que respondo de mí,
y
no acepto que se escondan detrás
de
mi espalda,
o
pongan en mi boca palabras de multitud,
porque
entre la multitud siempre hay un gilipollas.
-Eso, siendo muy, muy generosa-
Nená de la Torriente