¿De
cuánto era?
¿Se
medía, se pesaba?
Era
como esas cosas pequeñas
que
guardas y llenas de besos,
que
colocas con amores en cualquier
balda, o pinzadas en algún pañuelo
del
armario.
Esos
claveles de papel de servilleta
aún
con restos de cerveza,
esa
foto de tu amor en la retina
que
has garabateado en una hoja
milimetrada, con puntas romas.
Ese
pedacito de mantel que te llevaste.
La
china del suelo tropezona,
esa
hoja que rodaba
en
el alfeizar de aquel escaparate tan bonito.
El
beso que paladeabas como una guinda
almibarada.
Sus
ojos, sus párpados caídos, su risa
alzando
la cabeza hacia el inmenso cielo,
su
mano anafe calentando tu gélida mano.
El
estado de abundancia, la sonrisa boba.
La
noción de que tanto bueno había que compartirlo,
porque
era lo justo, porque era necesario,
porque
sabíamos hacerlo.
Nená de la Torriente