Él
piensa y piensa mucho.
Lo
hace porque
es
connatural a su mente
siempre
inquieta.
Me
asusta que eso le haga infeliz
en
ocasiones,
o
que el peso de su gravedad
le
cargue con una maleta incómoda.
Yo
le ofrecería mis huesos
como
puntales, si se viera debilitado,
y
hasta la palmas de mi manos como mesa
si
quisiera escribir.
Tanta
es la convicción que le tengo
que
sin darme cuenta le llamo hermano,
sin
saber si quiera si me aceptaría en estas
lides
de sangre o de no sangre, y
me
cuelo entre sus cosas
como
una vasija más en sus baldas,
y
estampado en sus manteles.
Aunque
somos distintos en juicios
y
creencias, para mí no hay mayor ingenio
que
su extraordinaria creatividad.
Nená de la Torriente