sábado, 20 de abril de 2013



Él piensa y piensa mucho. 
Lo hace porque 
es connatural a su mente 
siempre inquieta. 
Me asusta que eso le haga infeliz 
en ocasiones, 
o que el peso de su gravedad 
le cargue con una maleta incómoda. 




Yo le ofrecería mis huesos 
como puntales,  si se viera debilitado, 
y hasta la palmas de mi manos como mesa 
si quisiera escribir. 
Tanta es la convicción que le tengo 
que sin darme cuenta le llamo hermano, 
sin saber si quiera si me aceptaría en estas 
lides de sangre o de no sangre,  y 
me cuelo entre sus cosas 
como una vasija más en sus baldas, 
y estampado en sus manteles. 
Aunque somos distintos en juicios 
y creencias,  para mí no hay mayor ingenio 
que su extraordinaria creatividad. 




Nená de la Torriente