sábado, 13 de abril de 2013

-LA HISTORIA DE COCO-


Él siempre fue un ladino.

Esperaba a que salieras de casa, 
para buscar alguna cajita o cajón, 
aunque sus preferidos eran los bolsos 
medio abiertos,  para orinarles encima. 
-Sí,  he dicho bien- 


Cuando regresaba, se enredaba 
entre mis piernas como un 
muñeco adorable y enternecida 
le besaba,  y ya en mis brazos  
empezaba la batalla. 
Me lanzaba arañazos como un gato poseído 
que ha visto un ratón y 
tiene que bajarse a toda prisa. 
Tanto es así, 
que en las clases,  los compañeros dudaban 
si me autolesionaba, 
era demasiado extraño por mi carácter 
pero las pruebas físicas estaban ahí. 
Al pérfido gato le llamamos Coco, 
y lo cierto es que lo era. 
Me pasé noches enteras intentando imaginarme 
cómo debía colocar sus posaderas,
en qué posturas antinaturales y absolutamente 
gimnásticas se ponía,  para alcanzar 
con tal precisión sus objetivos. 
Aunque nunca llegué a averiguarlo. 
Coco se escapó un día 
-debimos parecerle una familia aburrida, 
o demasiado gastada como mingitorio- 
y fue en busca de otras víctimas. 
Supongo que haciendo honor a su nombre 
se dedicaría a asustar,  para empezar, 
a los pobres niños en el parque, 
orinando sus juguetes. 
¡Qué viene el Coco,  qué viene! 




Nená de la Torriente