Dejó
de pensar en su dolor
y
empezó a pensar en su placer.
Todo
cobraba sentido,
el
círculo era imperfecto,
demasiado
sencillo,
demasiado
limpio.
Necesitaba
bucles y variaciones distintas
como
el planeo de una pluma delicada.
Al
canto le faltaban cuerdas vocales,
a
la música, notas.
Todo
estaba ahí, en su cabeza,
y
poco a poco
sin
un tic tac reconocible,
primero
su corazón,
y
más tarde sus manos,
se
fueron llenando.
Nená de la Torriente