Las
penas habitan en un pañuelo
pero
nadie lo sabe.
Puedes
doblarlo en tantas partes
como
pequeño quieras hacerlo.
Son
esclavas no dueñas, y a callar
se
las manda o a dormir un rato.
Si
las dejas que te hablen
y
que te hablen mucho,
te
desordenan, penden de tu cuello
como
sogas y van arramblando
con
lo que son y lo que no eran
hasta
barrenarte el bote,
y
en un tris te ves expuesto
a
un piélago desconocido
rodeado
de tiburones,
que
confunden el sabor de tus lágrimas
con
su propio hábitat.
Por
eso cuando ya empiecen a flagelarte,
extiende
el pañuelo y colócalas dentro,
y
ve doblando la tela atendiendo a esquinas,
hasta
que sea tan pequeño que te quepa
en
cualquier bolsillo.
Nená de la Torriente