Después
de cuarenta años de luz artificial
preciso
salir al sol.
No
al que pintan en las paredes, ni en lo
alto
de los edificios.
No
al que quema la piel y atesta las playas
con
intenso olor a coco,
ni
al que sigue al niño y su cometa
formando
una doble pareja en sombra,
cuando cruzan los maizales en seca.
Lo
preciso como tú el agua fresca del botijo
con
el calor de agosto,
o
él a su hembra en su arrebato de hambres;
lo preciso
por
haber tenido tantos años la palabra luz en la boca
y
aún no conocer su magnitud.
Nená de la Torriente