martes, 16 de abril de 2013


Cuánta prisa lleva el sol 
en llegar a tu ventana. 
Quiere incendiarte la habitación, 
tomarte cautivo o darse preso.
Codicia tu espalda y tus piernas 
hasta alargarlas. 
Le ves llegar y sonríes. 
Tus ojos luminosos se comen 
el cielo,  a cambio el sol 
se queda adherido a tu pecho, 
como un pacto de caballeros 
que se ceden lujos con un aval. 
Ese sol de la tarde 
se posa en tu repisa a lo largo 
para desmayarse despacio,  y 
lo hace lentamente,  satisfecho. 




Nená de la Torriente