Vivo
en la humedad de tus ojos,
allí
reposo de la dureza del mundo.
Me
acoges en los colores cálidos de tu pupila
y
mudas mi piel para que pase desapercibida
del
lobo que me busca, el peligro más próximo.
También
de la pena alargada,
que vas recogiendo en una devanera.
De
mis propias intrigas, las más torpes,
las
más insensatas, que cuelas en el iris
y
me prometes que no volverán nunca.
Vivo
en la humedad de tus ojos,
en
ellos, para siempre, comprometida;
por
eso no me llores nunca o me iré a poquitos
rodando
por tus mejillas,
y
yo quiero estar en tus ojos hasta que se cierren
y
aún, quedarme después.
Nená de la Torriente