Imagíname
en el agua o en la arena,
en
el fondo donde reposan los seres
en
concordia.
Imagíname
luchando con las olas,
con
coraje y constante brazada,
sin
desanimarme ni una sola vez.
Imagíname
andando desnuda en medio
de
una multitud murmuradora,
y
que esa sea mi soledad mal entendida,
mi
cruz y la antesala del poema.
Imagíname
en un bosque comiendo raíces
y
bebiendo de sus hojas,
con
los pies sucios y el ánimo montaraz.
Imagíname
inventando un lenguaje feraz
como
un huerto de frutos rojos,
y
que el resto del mundo
intente
buscarle un sentido y
un
patrón inteligible.
Nená de la Torriente