Dulcifico
tu espalda
con
lenguas de sal que
dejan
regueros de blancas
redes.
Mi
pescadito.
Qué
lejos estás del mar
de
corales rojos y azules claros,
ese
que vuelve cuerdo al loco
por
su infinito mágico,
y
porque da la medida exacta
de
la belleza.
Dime
escama mía
dónde
quieres que te piense,
que
allí te pensaré para que te solaces
y
te ofrezcas a algún azul en su
infinita
gama.
Tal
vez a este blanco cegador o
a la verde palmera, a la curva violeta
e
irisada de la pompa del aire cálido.
En
todas partes si quieres.
En
todas pescadito.
Pongo
tu espalda a la sombra y te subo
al
monte, si así te alejo del agua
si
eso es lo que te apetece.
Yo
te vestiré de azul con este agua,
con
las otras, te subiré al monte, a la palmera,
sin
que me des acciones de tu delicado tiempo.
¡Ay! Mi
pescadito.
Nená de la Torriente