martes, 30 de julio de 2013



Atesoro la voz más hermosa del mundo, 
que escuché en un pasillo de un edificio 
en un instante cualquiera. 
Atesoro el pelo más brillante del mundo, 
que observé en una romería del norte 
un mes de agosto de un año sin nombre. 
También atesoro las manos más armoniosas, 
con dedos delgados y delicados 
que jamás he visto,  en un concierto 
una noche de febrero en un país 
distinto al mío. 
Atesoro la mirada más seductora 
del mundo, 
en los ojos de una mujer árabe atrapada 
en una tierra que no era la suya. 
Atesoro el verso más limpio que jamás he leído, 
a un poeta anónimo que nunca dejará de ser 
anónimo. 
Y me duele atesorar tanta maravilla 
y no saber cómo describir todo esto, 
con estas torpes yemas y la geometría 
de un inane teclado. 



Nená de la Torriente