martes, 9 de julio de 2013

-Intimidades-

Una vez que atraviesas el laberinto, 
no por el recorrido marcado 
-sería bobo,  es tu laberinto-, 
la intimidad parece menos desordenada, 
a pesar de que las baldas estén inclinadas, 



y los tabiques tengan ángulos complejos. 
En el fondo es un pozuco de agua que se agita 
y se renueva una y otra vez, 
rellenándose en el hueco de las manos. 
Somos corre caminos inquietos buscando 
una silla,  un lugar,  un nombre,  un corazón, 
un tronco de árbol donde marcar una cruz 
u otra señal. 
Tan contradictorios,  que en ese abanico 
nos encontramos viviendo muchas vidas,  tantas 
como se nos antoje,  o como estemos convencidos. 
Un día despertamos y el juicio 
se ha cansado de nosotros 
-demasiado salto mortal 
en cuerda fija,  innecesario-,  y nos dice:
'avísame cuando pienses algo con algún sentido’.

Decides entonces vivir, 
sólo vivir sin construir axiomas, 
sin hacer balance al acabar el día, 
sin comprometer tu cuerpo a una soga,  a un horario, 
a esa sensación de estar vendido. 
Quizá haces algo parecido, 
pero jamás vuelve a ser igual. 




Nená de la Torriente