El
gorrión se perfuma en la albahaca
antes
de piar al alba.
La
concha se lava la cara
con
la primera y última ola,
se
peina con el inaugural
y
turbado rayo de sol.
Las
calles lamen la humedad
de
la noche, para vestirse mojadas,
como
el perro sacude sus lanas
y
estira sus patas cuando despunta
el
áureo.
Un
día nunca es igual a otro
aunque
parezcan idénticos,
multitud
de infinitos asombros
se
suceden,
como
el beso primero y el último,
el
abrazo largo y entrañable,
-no
necesariamente al conocido-,
el
encuentro de aquel botón que al pulsarlo
te
procura la sonrisa,
el
latiguillo de unos ojos que te cruzas
en
la acera,
esa
flor extraña que llena tu mente
unos
segundos,
un
poema,
dos
poemas,
el
deseo,
las
ganas de un pastel que viste
en
aquel escaparate.
Nená de la Torriente