Las
horas se me dibujan
como
una onda sobre la arena.
El
recorrido de una culebra larga,
larga
y silenciosa,
a
la que perdí de vista la cabeza
y
su lengua bífida.
Voy
dando saltos sobre su huella,
no
me distrae la marca que deja,
demasiadas
cosas en las que enredar
mi
cabeza antes de lanzarme a la ola.
Ahora
cojo conchas a este lado
de
su trazo, ahora beso en este otro,
más
tarde levantaré un castillo
que
se llevará la marea.
Las
horas, como las brujas,
sólo
se presienten un instante,
cuando
el alma anda cariacontecida o
el
cuerpo en extremo debilitado.
Ellas
entonces bromean y miran altaneras
al hombre a los ojos.
Nená de la Torriente