Bajaba
el río hablando bajo,
meditabundo
y
barruntando
no sé qué cosas.
Parecía
distraído y sin ganas de fluir
en
su cárcava.
Alguna
gota joven saltaba traviesa
y
rozaba un risco con imprudencia.
Le
habían hablado del mar, y de la estética
de
sus olas, y
por
primera vez escuchó la palabra
Calología, y horrorizado pensó en sus formas,
en
la armonía, en su regularidad, y en su simetría.
Cuando
se iba acercando al puente, éste le gritó:
‘¿Has pensado en la posibilidad de que seas
hermoso
porque otro te vea hermoso?’
El
río sonrió, agitó sus aguas y recobró el brío.
‘¿Tú desde ahí me ves espléndido?’
‘¡Magnífico!’
Le
contestó el puente.
El
río embraveció sus aguas de regocijo y su cárcava
se
convirtió en cauce.
Mientras
fluía alegre el agua preguntó
al puente su nombre, y éste le contesto:
‘Immanuel, querido amigo,
Immanuel’.
Nená de la Torriente