Primero
tú siempre.
Para
todo tú.
Sea
la palabra, la intención de hacer,
el
exceso, el objeto, la mirada.
El
runruneo vacío, pero tuyo.
“¡Atiéndeme!
¿En qué te ocupas
que no es en mí?
Mi pié está en el peldaño de arriba
¿viste?
Luego hablarás, pensarás
o harás cualquier simpleza
que tengas en mente.
Pero ahora tu tiempo
es para mí y mío.”
Después
llegarán los otoños naranjas
y
el yo será una marca dulce
en
los manteles,
como
el dulce de membrillo,
la
entrega grata de azúcar que pusiste
en
la manzana.
Entonces
ni a amigas, ni a amigos,
ni
a amantes, ni a maridos, ni a hermanos
entregues tu tiempo como suyo.
Tu
amor, todo,
si
así lo has decidido,
pero
el tiempo de uno
es
siempre sagrado.
Nená de la Torriente