El
ruido de los camiones, el sonido
de
los motores sostenido en los atascos.
Ese
calor de vidrio irregular y móvil
que
desfigura las líneas,
las
voces, la radio como un parpadeo
débil.
Amnesia, pérdida de días que fueron
y
tal vez llegaron a algún sitio.
Libros
en el asiento de atrás,
mentiras
en el asiento de delante.
Tabaco, tabaco, tabaco, la noche aclaraba
el
atisbo de cualquier ebriedad,
porque
con aquella luz
el
vidrio se veía regular y diáfano.
Ahora
no me digas que no sé, que no entiendo,
porque
decidí ponerme un sombrero de paja
y
calzarme unos zapatos de campesina,
y
hasta consentí que me llamaran vagabunda.
Nená de la Torriente