Duerme
la vagabunda
su
segunda inocencia,
y
se pregunta si tal vez
no
extravió la primera
y
si lo de ser vagabunda no
fue
decisión sino su condición
natural.
Con
agrado ve monte
donde
en realidad hay autopista,
confundiendo
el ruidoso tráfico
de
la M-40 con la cascada de agua
que
caía en las viejas grutas.
Deduce
que no tiene que arreglar su mente
porque
tiene dos visiones y no una,
y
porque no hay suerte de norma que le dicte
cómo
ser ni cómo mirar.
Nená de la Torriente