¿Dónde
se quedan los silencios
cargados
de fantasmas?
En
algún lugar han de guarecerse
cerca
de nosotros, porque son
hijos
nuestros y no sabrán dónde ir.
¿Cuántas
veces has callado un nombre?
¿Cuántas
un grito?
¿Cuántas
otras un llanto tan desquiciado
como
sísmico, que hubiera hundido tu mundo
y
el de otro?
Por
eso yo hablo, hablo, hablo, hablo, hablo.
No quiero hijos perdidos
y
no saber dónde ir a buscarlos.
Las
palabras son ligeras, a veces tanto,
como
el roce de las hojas del maíz
en
las tarde de julio,
el
sonido más gozoso que para mí existe
pero
que se detiene cuando se detiene el viento,
como
si jamás hubiera existido.
Nená de la Torriente