Al
final de la calle en la esquina,
hay
un banco a la sombra de un chopo.
Allí
he colgado mis pies muchos días
ganándole
al tiempo su rígido trazo.
He
podido sentir el olor de las cosas
en
sus mismas orillas, y
capturar
el temblor de los ruidos
con
las yemas de los dedos.
En
ese banco a la sombra de un chopo
las
alevillas recorrían mi nuca
con
los besos del viento que abdica
y
las sombras naranjas que al irse
se
difuminan
descargándome
un disparo,
tal
vez dos.
Nená de la Torriente