No
precisa nuestro ojo
ni
la palabra ciclo,
ni
un ejército de tomos
con
páginas polvorientas.
No
le urgen las voces
ni
los escritos, los testigos,
los
poetas y su suspicaz habilidad.
Tampoco
el agravio del microscopio
o
el elogio de la lupa.
Ella
avanza, paralela a todo lo
que
la imita, lo que la invita,
lo
que la estorba.
La
vida no pide permisos ni
concesiones,
no
suplica clemencias ni bendiciones,
cuelga
un hábito que nunca tuvo
y
nos sonríe con cada brote.
Porque
lo vivo reconoce a sus congéneres
aunque
éstos sean idiotas.
Nená de la Torriente