Guarda
una súplica el ruido
que
nos deja en estado de mutismo,
de
silencio de color pálido,
porque
este silencio sí tiene color.
Nos
rapta el silbato de un árbitro
anónimo, en un silbido inaudible
y
todo el zumbido desaparece.
Nos
perdemos.
Cruzamos
la línea de humanidad
que
se comunica y nos ausentamos,
aunque
sonriamos con la naturaleza
del
que está presente y solícito.
¿A
dónde vamos?
En
ese otro mundo distraído, pálido y
lejano
a todo ruido, queda la calma,
la
línea recta de pupila a pupila indolora.
Nada
entra y nada sale,
el
cartón del rostro se endurece y
el
interior se convierte en floresta
de
plácidas y hermosas ramas,
un bosque
que jamás se inunda
con palabras.
Nená de la Torriente