Con
lo que amaba la tierra
no
dudó en perseguir aquel silbato de tren.
Recorrió
el mundo, de punta a coma,
y
le fascinó lo pequeño de su enormidad.
Cada
vez que aquella barba incipiente crecía
la
luna se volvía loca por él,
pero
la rechazaba con sus artilugios de barbería,
iba
buscando una mujer.
Con
tanto amanecer distinto, encontró la pasión
de
todas las cosas y entendió que el amor
hacia
una sola era imperfecto,
demasiado
pequeño,
como
un hilo atado al índice de su mano derecha,
una
grana en un plato de arroz.
Él
le dijo, vente conmigo niña, tú entiendes mi verbo,
y
le contestó que no,
prefería
convertirse en él y seguir su camino.
Se
llevó lo mejor de él y le dejó lo peor de ella,
pero
eso nunca llegó a saberlo.
Louen F. (1941-2011)
Nená de la Torriente