Qué
distintos parecemos.
Tú
te aferras al poema como a un estuche
de
lápices, yo como a una mañana de frío dulce.
No
colecciono ruedas ni figuras geométricas
y
a pesar de eso tengo un pulso semejante.
Me
pierdo en el ala de la libélula que descubro
en
mi albornoz, como la cosa más bonita del mundo,
tú
le contarías celdillas y te acercarías aún más
con
el riesgo de perderla.
No
hay dos iguales como nuestro rostro es asimétrico.
A
menudo voy pensando que los parecidos son
cada
vez más artificiales.
Suspendo
la voluntad cuando los pájaros me sobrevuelan
como
suspendo la voluntad cuando el amor me
besa.
Lo
primero es por fobia, lo segundo es por imposibilidad
de
hacer otra cosa.
Tú
serías incapaz de suspenderte, porque tu máquina es
perfecta,
y
a pesar de todo tenemos un pulso rayano y equivalente.