Me
gusta como miras el filo del vértigo.
Cómo
eres capaz de salir de la escena
para
volver a entrar aún más ajeno de todo,
recién
nacido,
invidente de las cosas superfluas y
con
un corazón que late.
Yo
apenas puedo sostener un lápiz en la
punta
del dedo sin derramar una lágrima,
y
a veces olvido mi nombre
y lo que hago en este ruedo,
con
la naturalidad como la mosca se posa en el mantel
sin
sentir la amenaza del malhumorado.
Los
fonemas se arraciman como migas de pan sobre la mesa
y
no sé si con mis manos y un poco de agua
hacer
figuras o componer poemas,
porque
no me importa lo que cimente
sino
seguir afanándome, para que no me venza
el desgobierno y la íntima inclemencia.
Ya
sé que esa forma de entender el mundo
tú no la contienes, porque a intervalos
voy
dando saltos como una rana que oyó hablar
de
estanques y no los encuentra,
y
lo peor de todo es que también escuchó
la palabra príncipe,
y
comprende que es una absoluta falacia.
Nená de la Torriente