El
solitario o el rechazado,
es aquel
es aquel
que
aún comprendiéndole
resulta
molesto.
Es
el que se sale de la fila
y
da una nota distinta e
incómoda.
No
lleva en la mano el paño
de
algodón
para
limpiar la hebilla
del
cinturón que agrupa
al
colectivo.
El
asilado no mueve la mano
con
los mismos gestos,
no
valora el aplauso sobre
las
mismas tareas
y
los demás lo saben.
El
libre no tiene casa de papel
ni
dueño, no se debe a nadie
porque
se da a todos.
No
guarda poemas como el
que
guarda posibles para tiempos
futuros,
ni
deja el corazón en la mesilla
de
noche.
Ese
del que muchos huyen
no
contagia más que calma
y
desintereses,
nada
va a tomar porque necesita
muy
poco para vivir feliz
consigo
mismo.
Nená de la Torriente