sábado, 4 de mayo de 2013


Después qué nos queda. 
Si no sobrevivimos,  la respiración 
se acorta, las palabras se pierden, 
lo escrito amarillea, 
la emoción se esconde de ella misma 
en cuanto cruza una esquina 
extraña, 
las manos tiemblan 
y la memoria nos abandona. 





Entonces,  qué nos queda. 
¿Una risa? 
Si es así valió la pena. 
Ese ¡Soy el dueño del mundo! 
de los veinte años, 
ha de perdurar hasta el término 
de nuestra exigua edad.  




Nená de la Torriente