domingo, 5 de mayo de 2013




No hay palabra más dura 
que la del olvido. 
Me olvido del olor de los naranjos, 
olvido el cobijo de la sombra 
de los olivos.
Me olvido de los nombres 
de los que quise,  de los que estreché 
las manos,  de lo que escuché en su intimidad. 
Me olvido de los rostros que se han ido 
y de ese mío que se fue borrando. 
Me olvido de quien fui y de lo que pretendía 
ser hoy, 
de lo que esperaba ayer de ayer y de antaño 
que es ahora. 
Me olvido del sabor del arroz de verduras 
de mi abuela,  aunque haga cien arroces de 
verduras con su receta. 
Me olvido de que estoy soñando todo el tiempo 
y apenas bajo a la tierra, 
pero cuando rozo el suelo se me olvida soñar 
y busco puertas desesperadamente,  como un animal 
baqueteado. 
Se me olvida que he tenido una vida,  y olvido 
que aún me queda un buen trecho por vivir. 




Nená de la Torriente