No
hay palabra más dura
que
la del olvido.
Me
olvido del olor de los naranjos,
olvido
el cobijo de la sombra
de
los olivos.
Me
olvido de los nombres
de
los que quise, de los que estreché
las
manos, de lo que escuché en su intimidad.
Me
olvido de los rostros que se han ido
y
de ese mío que se fue borrando.
Me
olvido de quien fui y de lo que pretendía
ser
hoy,
de
lo que esperaba ayer de ayer y de antaño
que
es ahora.
Me
olvido del sabor del arroz de verduras
de
mi abuela, aunque haga cien arroces de
verduras
con su receta.
Me
olvido de que estoy soñando todo el tiempo
y
apenas bajo a la tierra,
pero
cuando rozo el suelo se me olvida soñar
y
busco puertas desesperadamente, como un animal
baqueteado.
Se
me olvida que he tenido una vida, y olvido
que
aún me queda un buen trecho por vivir.
Nená de la Torriente