Me
miro en la fragilidad
de
la hierba,
que
permanece prensada
tras
la pisada del hombre,
lejos
de aquel movimiento
grácil
que acariciaba el cielo
limítrofe con íntimo aliento.
Me
veo en la fiereza
de
la tormenta, en el trueno
que
golpea los sonidos
del
mundo y hace trepidar
a
la cuna y al sepulcro.
Estoy
en todas las arrugas
y
en todos los besos,
en
cada caída,
en cada tropiezo,
en todo ser vivo que me limita
y
me desborda.
Nená de la Torriente