Son
muchos recados para el Dios
de
los hombres, y
apenas
un montoncito para el
Dios
de los inhumanos.
Podemos
imaginar un mundo donde
van
nuestras cartas,
podemos
idear una entrada sin aldaba,
intuir
que existe una fuerza
detrás
de toda esta fuerza
y
que es asertiva como lo es el amor.
También
podemos bajar la cabeza
y
comernos las cartas,
y
anunciar: 'esto soy y esto tengo',
y
dejar pasar los días con el firme
convencimiento
de
que nada puede impulsarnos,
porque
la firmeza es sólo nuestra
y
se acaba en nosotros.