Para
decirte adiós
me
imaginaré poniéndote
una
camisa blanca,
limpia
y de algodón
que
huela a los olores de siempre.
Te
abotonaré despacio cada ojal,
estirándote
las mangas, y te alisaré
las
arrugas con infinita paciencia.
Para
decirte adiós, cerraré los ojos,
me
pondré de puntillas e imaginaré
que
te beso en la frente,
que
te atuso el pelo,
que
te digo ‘suerte’ y
que
me das la espalda.
Miraré
como te alejas
hasta
que seas un punto.
Te
desvanecerás, y mi adiós se irá
al
mismo paso que el tuyo.
Te
perderás como se para el viento,
así
sin más, como una ráfaga que llegó
para
marcharse.
Nená de la Torriente
Hermoso y profuso el mimo de tus manos para quien convocas el adiós.
ResponderEliminarPor cierto, la mano izquierda de quien dice adiós tiene el dedo meñique un poco tullidito.
Saludos.
Sí, es la mano de un simio, el señor Darwin estaría muy satisfecho. Claro que los que opinan que venimos de la lagartija no lo estarían tanto. Chica es que nunca llueve al gusto de todos, esto es una pelea diaria.
ResponderEliminarUn saludo guapetona,
Nená