lunes, 11 de junio de 2012


Cada pincelada era un hurto, 
un espacio de viento,  llanura, 
montaña o carne desnuda viva, 
siempre en latido, 
un hechizo inaudito 
hecho con piezas de este mundo: 
sencillas pinturas. 
¿Cómo lograba esa descarga 
en un lienzo en blanco,  plano, 
ayuno de vida, 
llenarse de aquel estrépito? 


Le miraba, 
sólo un hombre corriente, 
de manos ásperas, 
de ojos como los peces, 
transparentes, 
huecos y hondos, 
como si pudiera la luz 
invadirle entero 
y luego regurgitarla en el lienzo. 
¿Pero cómo podía? 
Recordé las pinturas de las cuevas, 
aquellos bisontes pintados 
que al serlo ya estaban cazados, 
sólo había que salir a por ellos. 
¿Sería esa criatura 
un ladrón de almas,  un pirata 
de la esencia de las cosas? 
¿Pero cómo podía? 



Nená de la Torriente

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