Decías
ayer que las alas
no
nos acercarían a soles de arcilla,
y
me hacías reír.
Hablabas
de sexo, alas y soles
mientras
engullías mermelada de
arándanos.
Aprendes
que las mañanas son
como
esa arcilla, pero no siempre
con
los mismos soles, las moldeas
con
la ternura que has ganado o
librado
a través de los días,
los
larguísimos días de tu larga
o
no tan larga vida.
Y
siempre nos queda la mermelada
de
arándanos,
aunque
untada sobre
rebanadas
de pan caliente.
Nená de la Torriente
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