Detén
esta campana,
silencia
la sonora oquedad
que
retumba en el campo.
Dile
a mis pies que el suelo
no
habla, que tampoco se queja,
que
no sufren las hormigas
en
sus hormigueros.
Amordázame
a mí
para
que no grite,
para
que no intente salvar
a
la hierba con mis propias manos,
átame, sostén mi nervio.
A
veces lo que no entiendes
te
parece una amenaza,
somos
así de tardos y timoratos.
No
me dejes comprarle zapatos
a
los niños del barrizal,
los
usarán para jugar a las barcas.
Ellos
desean ir descalzos,
dime
que pregunte antes,
no
me dejes jugar a salvar
a
todo lo que no ha pedido ser salvado.
Nená de la Torriente
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