Este
amanecer con niebla
entre
tímidos rayos perdidos,
como
un pulmón roto liberándose
por
fin de su dueño,
me da escalofríos.
Qué
solos estamos,
qué
imperfectos,
la
inquietud que generamos
debe
abrumar al mismo suelo,
aterrar
hasta el aire que inhalamos.
Miro
por la ventana y me vacío,
siento
como me invade todo,
primero
tímidamente,
luego
casi como la acometida
del
animal hambriento.
Nuestra
debilidad la siente el mundo,
igual que el ciego siente cómo vibra
la
lágrima, y cómo huele el deseo.
No
escapamos a los ojos de la niebla
de
esta madrugada de sábado,
en
un mes de junio cualquiera
con
esta tórrida temperatura,
y en mi cuerpo se dibuja
la
ruta, con cierta sumisión,
de
cada estremecimiento.
Nená de la Torriente
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