La
vida nos revienta,
nos
explota, nos da una bofetada,
por
la cantidad de veces
que
como niños ñoños,
nos
quejamos de miserias
que
son caramelos comparados
con
las verdaderas indigencias.
Me
avergüenzo, y mil veces
me
sonrojo, por quejarme
de
soledades, que sin dejar
de
sentirlas, no son nada
comparadas
con las desdichas
de
este mundo.
Nunca
he querido parangonar
estos
entresuelos,
pero
si echo una mirada,
tengo
que pintar un borrón
sobre
mi rostro,
ponerme
cara a la pared
y
mandarme a la boñiga
un
billón de veces,
y
ni aún así, pintaría
magnitud
adecuada.
Mándame
tú, anda,
mándame
tú.
Nená de la Torriente
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