Nunca
podré quererme tanto como tú,
te
envidio.
Una
inyección de amor propio
tiene
que ser una deliciosa siesta
debajo
de la higuera más hermosa
del
más hermoso prado.
Quizá
nunca lo entiendas,
¡no!, lo entiendes demasiado bien,
pero
podrías haberme enseñado tantas,
tantas
cosas, yo siempre
necesito aprender mucho, mucho
y
lo sabes.
La
estupidez humana es ese brazo torcido
que
siempre anda rondando en todas las fiestas.
Yo
nunca acudo a fiestas,
por
eso lo fortuito lo desoigo.
Comprendo
hasta lo que no tiene razón de ser
porque
no soy quién para cuestionar
decisiones, y admito que mi simpleza
a
veces raya en un brillo singular
-que
puede ser pura suerte-
No
hay nada que más deteste que
la
estulticia, la falta de educación
y
a los infumables rencorosos,
acosadores
del te llevo una,
o
te gano por un palmo,
o ésta te la guardo.
Admiro
la genialidad y me emociona
como
una niña ante una tienda de Barbies,
si
eso es pecado, no voy admitir la culpa
porque
no puedo admitir el pecado.
Y
así estoy, como al principio,
mirándote
al soslayo,
con
la boca cerrada y una enorme,
¡no!, hercúlea,
sonrisa
en los labios.
Nená de la Torriente
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