jueves, 14 de junio de 2012






Nunca podré quererme tanto como tú, 
te envidio. 
Una inyección de amor propio 
tiene que ser una deliciosa siesta 
debajo de la higuera más hermosa 
del más hermoso prado. 
Quizá nunca lo entiendas, 
¡no!,  lo entiendes demasiado bien, 
pero podrías haberme enseñado tantas, 
tantas cosas,  yo siempre 
necesito aprender mucho, mucho  
y lo sabes. 
La estupidez humana es ese brazo torcido 
que siempre anda rondando en todas las fiestas. 
Yo nunca acudo a fiestas, 
por eso lo fortuito lo desoigo. 
Comprendo hasta lo que no tiene razón de ser 
porque no soy quién para cuestionar 
decisiones,  y admito que mi simpleza 
a veces raya en un brillo singular 
-que puede ser pura suerte- 
No hay nada que más deteste que 
la estulticia,  la falta de educación 
y a los infumables rencorosos, 
acosadores del te llevo una, 
o te gano por un palmo, 
o ésta te la guardo. 
Admiro la genialidad y me emociona 
como una niña ante una tienda de Barbies, 
si eso es pecado,  no voy admitir la culpa 
porque no puedo admitir el pecado. 
Y así estoy,  como al principio, 
mirándote al soslayo, 
con la boca cerrada y una enorme, 
¡no!,  hercúlea, 
sonrisa en los labios. 



Nená de la Torriente

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