No
hay edad en esos ojos,
que
abres y cierras
con
la belleza de cualquier tarde.
No
hay forma en ese gesto,
que
con dolor o sin él, siempre
sonríe
como una eterna amanecida.
No
hay desamor en esas manos,
que
cansadas no cejan en su empeño
de
otorgar ayuda.
No
hay olvido en esa mente
que
acumula armarios llenos de fechas,
y
fotografías, y nombres, y cumpleaños.
No
he conocido a nadie con tanta generosidad.
Tú
sí que debías cenar con velas
y
no con luz eléctrica.
Tú
sí que debías bañarte en bañeras esmaltadas
con
búcaros de magnolias.
Tú
sí que debías viajar en calesa
rodeando
la cascada de Puente Viesgo.
Tú
si que debías ser arropada, besada
y
mimada cada noche con un cuento.
Nená de la Torriente
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