Sabemos
lo justo
para
ahogarnos en el vaso
y
creer que estamos bebiendo;
se
apaga la luz y obedientes
dormimos, o jugamos a entornar
los
ojos.
Dejé
de creer en los duendes
y en las hadas
una
tarde de otoño, pero aún
no entiendo por qué, si creo
en cosas aún más extrañas.
A veces pienso
-o algo que se le asemeja un poco-,
que
no he dejado de hacer
cosas que no comprendo del todo
y eso es un absurdo derroche.
Tendría que quitarme los zapatos
y estos pantalones ingratos,
y estos pantalones ingratos,
trepar un buen trecho y comerme
un montón de avellanas
cualquier mañana de estas,
eso sí que me apetece.
Nená
de la Torriente
Al menos te las comerías maduras, ¿no? ¿O te gustan en leche?
ResponderEliminarB.
También me gustan las de leche, pero por eso tendría que trepar, las más maduras están más arriba. Ya las tengo echado el ojo.
ResponderEliminarNení
¡Ah! Las riquísimas que pintaban el suelo ya me las he comido.
ResponderEliminarJejeje... ¡qué envidia, qué buenas!!!!!!!!!!!: las avellanas son mis frutos preferidos.
ResponderEliminarDecirte que yo creo en la libélulas: siempre me anuncian algo que necesito saber. Son mis mensajeras.
Pd: me encantó la primera estrofa, tan llena de sabiuría.
¿Recuerdas aquella canción que decía?: ¡Ay Chana Chana, cómo te gustan las avellanas... Pá ti las pochas, pá mi las sanas, pá mí las sanas...! -creo que era algo así- Mi padre me llamaba a veces Chana, supongo que por la rapidez en comérmelas y me cantaba esa canción cuando era una 'minúscula'.
ResponderEliminarAbrazotes,
Nená